El género apocalíptico en general se propone revelar realidades trascendentes usando material mítico, cifras misteriosas, visiones, voces y apariciones celestes. De ordinario se detiene en la descripción de la vida futura y se pierde en elucubraciones cosmológicas o astronómicas; suele proponer un saber esotérico revelado en los orígenes y luego perdido, escudándose para ello en el nombre de algún personaje más o menos remoto, como Henoc o Isaías.
El Apocalipsis de Juan, aun perteneciendo al género, elimina muchos de sus rasgos usuales: en primer lugar, no es un libro pseudónimo, pues el autor se nombra a sí mismo con toda sencillez, describiendo además la situación histórica en que se encuentra (1,1.4.9; 22,8). Ha tenido una visión y describe lo que ha experimentado, sin dedicarse a elucubrar. No quiere revelar un saber esotérico proveniente de la Antigüedad, propone una profecía abierta, con aplicaciones para el presente, dirigida a todos; de hecho, el libro está destinado a lectura pública (1,3.4; 22,16.18), como se deduce también del tono solemne del escrito y de los himnos y cánticos que en él aparecen.
Se distingue, sobre todo, de los apocalipsis judíos por su concepción de la historia. Aquellos volvían la vista al pasado para interpretar el presente y escrutar el futuro, como sucede en el libro canónico de Daniel (2,23) y en los apócrifos judíos; pero entre ellos y el Apocalipsis de Juan algo nuevo ha sucedido; la vida, muerte y resurrección de Jesús, que cambia la visión de la historia. La poderosa acción de Dios con Jesús Mesías da la nueva clave para su interpretación y la nueva certitud de su desenlace.
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