miércoles, 25 de agosto de 2010

Dirección y saludo. Ap 1,4-8

4 Juan, a las siete iglesias de la provincia de Asia.
Gracia y paz a vosotros de parte del que es y que era y que viene, de parte de los siete espíritus que están ante su trono
5 y de parte de Jesús Mesías, el testigo fidedigno, el primero en nacer de la muerte y el soberano de los reyes de la tierra.
Al que nos ama y con su sangre nos rescató de nuestros pecados,
6 al que hizo de nosotros linaje real y sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos, amén.
7 Mirad, viene entre las nubes: todos lo verán con sus ojos, también aquellos que lo traspasaron, y plañirán por él todas las razas de la tierra. Así es. Amén (Dn 7,13; Zac 12,10-14).
8 Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es y que era y que viene, el soberano de todo.


EXPLICACIÓN.

4-8. Saludo. Remitente y destinatarios. Las siete iglesias representan la totalidad de las comunidades cristianas (4). Diálogo entre el lector y la asamblea (cf. v.3: "el que lee y los que escuchan"). Saludo (4b-5a); El que es, que era y que viene (1,8; 4,8; cf. Is 41,4): el autor amplía, abarcando el pasado y el futuro, la fórmula de Éx 3,14 ("Yo soy el que soy"); el que viene, en lugar de "el que será", que describiría la eternidad de Dios en sí, indica que Dios no es meramente trascendente repecto a la historia humana, sno que está presente y activo en ella; su venida es continua y se realiza en la de Jesús (v.7). Los siete espíritus (cf. 3,1; 4,5; 5,6), la totalidad o plenitud del Espíritu, presente en Jesús Mesías (cf. Jn 18,37; 1 Tim 6,13); su testimonio culmina en su muerte. Primero en nacer de la muerte (cf. Col 1,18); soberano, etc. (cf. Rom 14,9) preludia el tema del libro, que trata de la caída de los imperios (4-5a).

Respuesta de la asamblea (5b-6): doxología dirigia a Jesús mesías. Doble fruto de la muerte de Jesús, suprema manifestación de su amor: liberar a los hombres del pasado que pesaba sobre ellos y constituirlos en un estado nuevo y excelente; linaje real y sacerdotes, modo describir los efectos de la comunicación del Espíritu; linaje real expresa la participación de la realeza/condición divina; sacerdotes, que la cercanía a Dios, antes atribuida a grupos privilegiados, es ahora patrimonio de todo cristiano (cf. Éx 19,6; 1 Pe 2,5).

Continúa el lector (7): la venida entre las nubes (cf. Mc 13,16 parr.; Dn 7,13), equivalente de triunfo, no es única. Aunque en el libro el curso de la historia se condensa en un solo caso, el proceso de la caída de Roma, se le ve como paradigma de la liberación progresiva de la humanidad. Que lo traspasaron, etc., cf. Zac 12.10.12.14; Jn 19,37; Mt 24,30. Respuesta de la asamblea: Así es. Amén.

Lector: El Alfa y la Omega, el principio y el fin (cf. Is 44,6). Estilo profético. Los nombres de las letras griegas muestran que, aunque el autor es de cultura hebrea, escribe para cristianos helenistas (8).

PRÓLOGO. Ap 1, 1-3

1 Revelación de Jesús Mesías. Lo que Dios le encargó mostrar a sus siervos sobre lo que tiene que suceder en breve, y él comunicó enviando su ángel a su siervo Juan.
2 Diciendo todo lo que ha visto, éste se hace testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús Mesías.
3 Dichoso el que lee y los que escuchan esta profecía y hacen caso de lo que está escrito en ella, porque el momento está cerca.


EXPLICACIÓN.

1-3 Prólogo. El libro es una profecía (3), Como los antiguos profetas, su autor se llama siervo, pero de Jesús Mesías (1). La revelación viene de Jesús en cuanto Mesías/Salvador; él ha recibido de Dios el encargo de hacerla y la comunica a Juan por medio de un mensajero (ángel). Juan, garante (testigo) de la autenticidad de la revelación. El libro está destinado a la lectura pública (3: el que lee y los que escuchan); no se escribe para aterrorizar ni intimidar, sino para dar ánimos (3: Dichoso el que, etc.); su autoridad es la de la palabra divina (cf. Lc 11,28). La historia se encuentra en su etapa final (el momento está cerca).

martes, 24 de agosto de 2010

8. División.

Prólogo (1,1-3).

Dirección y saludo (1,4-8).

I. Lo que está sucediendo (1,9-3,22).
Visión inaugural (1,9-20).
Las siete cartas (2,1-3,22).

II. Lo que va a suceder después (4,1-22,5).
Primera sección: Visión inaugural (4,1-5,14).

Segunda sección: Se abre el rollo (6,1-7,17).
Los cuatro primeros sellos: los jinetes (6,1-8).
El quinto sello: Los mártires (6,9-11).
El sexto sello: Intervención divina (6,12-17).
Marcan a los fieles (7,1-8).
Victoria de Dios y suerte de los fieles (7,9-17).

Tercera sección: El séptimo sello y la serie de las trompetas (8,1-11,14).
Oración e intervención divina (8,3-6).
Las cuatro primeras trompetas (8,7-12).
Aviso amenazador (8,13).
Quinta trompeta: La langosta (9,1-12).
Sexta trompeta: La caballería (9,13-21).
El librito profético (10,1-11).
Los dos testigos (11,1-14).

Cuarta sección: La séptima trompeta y la serie de los cuencos (11,15-16,16).
Aclamación y acción de gracias (11,15-19).
La mujer y el dragón (12,1-17).
Las dos fieras (12,18-13.18).
En el monte Sión (14,1-5).
Ángeles predicen la victoria (14,6-13).
Visión anticipada del juicio (14,14-20).
Se preparan las siete últimas plagas (15,1-16,1).
Los seis primeros cuencos (16,2-16).

Quinta sección: El séptimo cuenco: el desenlace (16,17-22.5).
La prostituta y la fiera (17,1-18).
Se anuncia la caída de Babilonia (18,1-8).
Lamentación por Babilonia (18,9-20).
Un ángel representa la caía de Babilonia (18,21-24).
Alegría en el cielo (19,1-10).
Ruina de las fieras (19,11-21).
Derrota del dragón (20,1-10).
Juicio universal y derrota de la muerte (20,11-15).
Nuevo universo y nueva ciudad (21,1-23).
La humanidad en la nueva Jerusalén (21,24-22,5).

Epílogo (22,6-21).

7. Autor.

El autor, Juan, que es al mismo tiempo el beneficiario de la visión, se nombra a sí mismo en cuatro pasajes (1,1.4.9; 22,8). Está en la isla de Patmos (1,9), situada en la costa de Asia Menor, cerca de Mileto: su libro se dirige en primer lugar a siete iglesias de Asia Menor (1,4.11), cuya situación y condiciones de vida conoce. No cabe duda de que pertenece a aquella provincia o que, al menos, lleva tiempo en ella.

No se atribuye más título que "profeta" o inspirado, hermano de los cristianos a quienes se dirige (1,9). Antes había ejercido la predicación (1,9) y probablemente su estancia en Patmos constituía un exilio, como lo afirma la antigua tradición.

Justino, antes del año 160, reconoce en este Juan al apóstol hijo de Zebedeo, y el libro gozó de autoridad indiscutida a fines del s.II en Occidente y a mediados del s.III en Oriente.

La crisis sobre la autoridad del libro se debió a Dionisio de Alejandría, quien, a propósito de ciertas cuestiones sobre el milenio, negó quue el autor fuese el apóstol Juan. Se basaba sobre todo en las diferencias de estilo y lenguaje con las demás obras atribuidas al apóstol. A pesar de las controversias que esto suscitó, en Occidente fue reconocida su autoridad sin discusión a fines del s. IV, aunque en la iglesia griega no se alcanzó la unanimidad hasta el s.X.

La cuestión del autor sigue debatiéndose. Hay quienes se pronuncian en favor del apóstol, basándose en el antiguo testimonio de Papías, si bien tal persuasión no fuese general en el s.II y principios del III. Otros, apoyándose en las diferencias de lenguaje y, sobre todo, en la concepción escatológica, se inclinan por un profeta judeo-cristiano de nombre Juan, predicador del evangelio en Asia Menor, y perteneciente a la escuela de Juan apóstol, o bien por un discípulo del apóstol en el papel de redactor. En todo caso la obra suele datarse entre los años 90-95.

7. Época de la composición.

Según Ireneo (fines del s.II), Juan escribió el Apocalipsis al final del reinado de Domiciano (96 d.C). Aunque la primera persecución que se menciona es la de Nerón, ésta quedó localizada en Roma y no tuvo nada que ver con el culto al Emperador. Fue Domiciano el prinmero en imponer este culto, que floreció mucho en Asia Menor, donde escribe Juan. Con los datos que ofrece el libro no es posible identificar al emperador que reinaba entonces; la fiera no personifica a un emperador determinado, es un símbolo del poder del Imperio y, si acaso, acusa los rasgos de Nerón redivido, figura muy presente en la expectación popular del tiempo.

Con algunos autores, parece preferible interpretar las siete cabezas de la fiera (13,1), que representan siete emperadores (17,9-10), como la serie empieza con Calígula; Domiciano sería el sexto y el libro estaría escrito en su tiempo.

5. Estructura.

Se ha disputado mucho sobre el plan del libro y se ha expresado toda clase de opiniones: unos han querido basarlo sobre el número 7, que tantas veces aparece, pero éste no puede considerarse clave de composición sin forzar la estructura. Otros han preferido ver la combinación de dos obras de época diferente, una escrita bajo Nerón, otra bajo Domiciano. Ninguna de las hipótesis propuestas es convincente. En todo caso, el material simbólico que usó el autor para expresar su experiencia personal lo encontró ciertamente en fuentes judías y quizá también en escritos cristianos preexistentes.

La división del libro en dos partes está anunciada por el autor del mismo en la primera visión: "lo que está sucediendo" y "lo que va a suceder después" 81,19).

"Lo que está sucediendo" se refiere a la situación de las siete iglesias de Asia Menor, a quienes Juan tiene la misión de confortar en nombre de Jesús (1,9-3,22).

"Lo que va a suceder después" describe en términos simbólicos la intervención de Dios para salvar a la humanidad.

Después de la gran visión inaugural de la segunda parte (4,1-5,14), Jesús abre el rollo que contiene el plan salvador de Dios y comienza su ejecución. En la segunda sección -los primeros dolores- se permite al orgullo del poder humano desencadenarse sobre la tierra, dañando con sus consecuencias, guerra, hambre, muerte, a la cuarta parte de la humanidad. Ante este espectáculo aterrador, el autor conforta a las Iglesias, mostrándoles que su grito de angustia recibe una respuesta de Dios y que éste las protege en medio del mundo, para llevarlas a la gloria que las espera.

Al abrirse el séptimo sello comienza la serie de las trompetas, signo del combate y de victoria. Las cuatro primeras provocan desastres naturales parciales, que buscan hacer recapacitar a los hombres (9,20-21; 15,4; 16,9.11); la quinta y la sexta desencadenan plagas diabólicas; la quinta, una plaga al parecer insignificante, pero dolorosa; la sexta, una plaga violenta y aterradora.

Antes de la séptima trompeta, la del combate final y la victoria, se precisa el mensaje de Juan; recibe una nueva misión que rebasa el horizonte de las siete iglesias (10,11), la de exponer en detalle esta etapa, explicando el sentido profundo de la historia entera; aún no se había mencionado la batalla trascendente que tiene lugar en el mundo ni los contendientes inmediatos en esta batalla. En un primer esbozo señala la misión histórica de la Iglesia, simbolizada por los dos testigos, que es proclamar ante el mundo el evangelio; el poder del mundo usa la violencia para sofocar su voz, pero inútilmente, pues ella completa su testimonio (11,7).

Ante esta realidad de persecución suena la trompeta final, acogida con aclamaciones y acción de gracias a Dios, que por fin va a exterminar la injusticia del mundo. Transmite Juan entonces el contenido del librito, revelando que es en realidad el diablo quien lucha contra la comunidad de salvación, pretendiendo anular el plan de Dios después de su derrota celeste (12,7-9). En la época de Juan, Satanás ha encontrado un instrumento para llevar a cabo su obra destructora, el Imperio romano, simbolizado por la fiera, que exige adoración divina (13,1-18).

Los dos contendientes son, por tanto, el dragón y el Mesías y, en el mundo visible, el Imperio y la comunidad cristiana, reunida en torno a Jesús (14,1-5). Pero el éxito no es dudoso, tres ángeles predicen la victoria (14,6-13) y se da una visión anticipada del juicio de salvación y condenación en que acabará el combate (14,14-20).

Una vez aclarado el sentido profundo y el desenlace de la contienda, empieza la ofensiva de Dios contra el poder opresor, la fiera, simbolizada por la serie de siete cuencos llenos de su furor. Los ya salvados entonan una alabanza, aclarando el sentido de las plagas que pretenden destruir el mal para que las naciones puedan reconocer al verdadero Dios (15,1-4). El ataque de Dios les demuestra lo nocivo de su identificación con la idolatría del Imperio (16,2), les echa en cara la sangre derramada (16,3-7) y hace irrespirable el ambiente (16,8-9); alcanza luego el trono mismo de la fiera, cambiando el optimismo en desorientación (16,10-11), y prepara la destrucción del Imperio por la invasión extranjera (16,12). El ataque directo de Dios provoca un desesperado intento de contraataque, que se resolverá en la batalla final (16,13-14.16; cf. 19,11-21). Antes de describirla, el autor va a precisar en qué consistirá la derrota, que él ve encarnada en la ruina de Roma: describe la relación entre la fiera y la capital del Imperio (17,1-8), y con anuncios, lamentaciones y acciones simbólicas, la caída de Roma, de la que el cielo se alegra (18,1-19,10). Llega finalmente a la descripción de la batalla final, en la que Jesús Mesías vencerá definitivamente al poder opresor (19,11-21). Se impedirá al autor del mal, el diablo, toda actividad durante un largo período de tiempo en que una primera resurrección inaugura la nueva libertad. El último intento de Satanás lo llevará a su ruina definitiva.

La victoria del Mesías va abatiendo a todos sus enemigos, por último a la muerte. Llegará entonces el don de Dios a los hombres, la nueva Jerusalén.

En la segunda parte del libro hay, pues, entrelazadas una sucesión temática y otra simbólica: La sucesión temática expone en primer lugar algunos hechos: desastres, protección divina, victoria final (6,1-9,21), pero sin analizar sus causas profundas. Sólo el librito profético revela el trasfondo de lo ya escrito, precisa quiénes son los verdaderos contendientes en sus dos aspectos, histórico (Iglesia-Imperio) y trascendente (Cristo-Satanás) y en qué consistirá la victoria, es decir, en la ruina del Imperio perseguidor, simbolizado por su capital (Babilonia-Roma). Sigue la serie de victorias y el establecimiento del reinado de Dios en el mundo nuevo.

La sucesión simbólica, en cambio, tiene su eje en las series septenarias, no independientes, sino subordinadas: el séptimo elemento de cada serie despliega en otro septenario; el séptimo sello incluye a las siete trompetas y la séptima trompeta a los siete cuencos.

Los puntos de articulación de las dos sucesiones no coinciden. para evitar confusiones al lector que, en caso de adoptar la sucesión temática, vería desmembrarse los septenarios, adoptamos en la división del texto la sucesión simbólica.

4. La interpretación.

Varias tendencias se han manifestado en torno al modo de interpretar el Apocalipsis. En primer lugar, se ha discutido entre interpretación literal o simbólica. Si el mismo libro propone símbolos y su significado, hay que optar por la interpretación simbólica. Pero una cosa es el símbolo como imagen o sistema de imágenes, es decir, como medio de expresión, y otra el carácter de la obra en su conjunto. Esta formula un mensaje claro; no habría podido confortar a las comunidades perseguidas si el significado global hubiera sido nebuloso.

Otra alternativa se ha presentado: interpretación lineal histórica del libro, o bien cíclica y espiritual. Es decir, ¿pretende el libro presentar en clave simbólica una sucesión de los acontecimientos desde los tiempos del autor hasta el fin del mundo?, o bien, ¿indica los principios generales por los que ha de interpretarse continuamente la historia humana? Todas las tentativas por encontrar el hilo de la historia se han demostrado artificiales. Por otra parte, no hay que negar que el autor tiene delante acontecimientos bien concretos. Se trata, pues, de una visión de la historia ocasionada por los hechos de su época, pero que al descubrir el trasfondo de la lucha histórica contemporánea, proporciona una clave de interpretación válida para la historia en su conjunto. Podría decirse que el designio de Dios, que Juan ha actualizado en la sangrienta oposición entre los fieles de Jesús y el Imperio romano, es sólo un episodio en la lucha mucho más duradera que Dios conduce contra el orgulloso poder humano.

La duración de la historia es mayor de lo que aparece en el libro, pero su problema de fondo es el mismo. Siguiendo la línea profética del AT, ha querido expresar la gloria del Mesías y su victoria sobre las potencias de este mundo.

3. Estilo y composición.

No hay libro en el NT que contenga más alusiones al AT, aunque no se cite textualmente ni una sola vez. En su mayoría se refieren a los relatos de los orígenes y a los profetas, y suponen familiaridad no sólo con la versión griega de los LXX, sino también con los originales hebreos o arameos. Su estilo pulula de construcciones gramaticales defectuosas, que no pueden atribuirse a la falta de conocimiento de la lengua griega, sino a la intención de conseguir un lenguaje hierático y solemne.

Para expresar su experiencia recurre el autor a un material estilístico tradicional; usa figuras y narraciones de estilo mítico, por ejemplo, los cuatro jinetes, los dos testigos, la lucha del dragón contra la mujer, las dos fieras, etc. Los símbolos, de gran belleza y hábilmente utilizados, consiguen dar al libro una elevación extraordinaria.

No puede demostrarse que los cánticos e himnos, tan abundantes en la obra, estuvieran en uso en las asambleas cristianas del tiempo; mucho más probable es que sean composiciones poéticas originales del autor. Este no quiere describir una ceremonia cultual celeste o terrestre, sino una serie de acontecimientos escatológicos. Fue, sin duda, su propia experiencia visionaria la que impuso el plan del libro.

2. Finalidad del escrito.

Sobre este presupuesto de su fe recibe Juan una revelación dirigida en primer lugar a ciertas iglesias de su tiempo (2,1). La situación en que se encuentran es crítica: ya ha empezado la persecución (2,9), hay un combate en curso entre el poder político pagano y la Iglesia cristiana. Al Imperio se le representa como una bestia feroz, la fiera que sale del mar (13,1-8), y a Roma, capital del Imperio, como a la gran prostituta que corrompe a la tierra entera (17,1-6). Si la persecución ha comenzado ya y son testigos las iglesias de Asia Menor (2,3.10; 3,8), especialmente Pérgamo (2,13), la gran ofensiva, que será "la hora de prueba que va a llegar para el mundo entero" (3,10; 7,14), no ha empezado todavía. El vidente Juan ve ya a los mártires cristianos al pie del altar celeste (6,9) y contempla la multitud de los que han atravesado el mar, como los israelitas en el Éxodo (7,9; 15,2), los mismos que participarán en el reino de los mil años (20,4.6). Ese premio y corona son los que promete Jesús a los vencedores, a los que sean fieles hasta la muerte (2,10; 3,11; 13,10, etc.); ésta no es ya objeto de terror, sino esperanza de felicidad (14,13).

El drama contemporáneo no es, sin embargo, más que un episodio en una lucha más vasta y duradera, la de Dios contra Satanás. Continuando una línea del NT, que aparece en la prueba de Jesús en el desierto (Mt 3,8-9) y especialmente en Lc 4,5-6 Juan ve en la gloria y el poder del mundo un instrumento de Satanás: "El diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: Te daré todo ese poder y esa gloria porque me lo han dado a mí y yo lo doy a quien quiero; si me rindes homenaje, todo será tuyo" (Lc 4,5-6). Tal poder está encarnado en su tiempo en el Imperio romano, la fiera, que ha encontrado un poderoso aliado y propagandista en el sacerdocio pagano, encargado del culto imperial, obligatorio desde tiempos de Domiciano. Este sacerdocio es la segunda fiera (13,11-17), que obliga a rendir homenaje a la estatua primera. Precisamente a la muerte de Domiciano, fue derribada en Éfeso su estatua monumental por la violencia popular. Dios vencerá por medio del Mesías, a quien encarga de ir actualizando su plan salvador, contenido en el libro de los siete sellos (5,7.9); él destruirá a los dos enemigos, la fiera y su propagandista, el falso profeta (19,11), hasta la derrota definitiva de Satanás y el principio del reinado de Dios, representado por la Jerusalén celeste, imagen de la nueva sociedad de los salvados (21,1-22,5).

Con esta revelación, Jesús por medio de Juan, quiere animar a las iglesias, desorientadas en medio de la incipiente persecución, Les anuncia la salvación que Dios realizará. No se trata sólo de la salvación de los ya cristianos, sino de que la humanidad acabe por reconocer su extravío; las plagas y castigos que jalonan el libro son medios que Dios usa para hacer comprender a los hombres que están siguiendo el camino de su propia ruina (9,20-21; 154; 16,9-11).

Si el NT no hace en ninguna parte el elogio del Imperio romano, se descubre en algunos de sus escritos cierta lealtad y confianza en sus instituciones (Hch 25,8; Rom 13,1-7; 1 Pe 2,13-17). El Apocalipsis rompe esa línea, previendo el choque inevitable entre la idolatría propugnada por el Estado y la fe cristiana. Ante el reino de Dios proclamado por Jesús, toda institución política había quedado relativizada y por eso el Apocalipsis proclama la resistencia contra la pretensión del Estado, que se atribuía carácter divino. De hecho Domiciano reclamaba para sí el título de "Señor y Dios nuestro".

La denuncia de Juan no se traduce, sin embargo, en una llamada a las armas. Siguiendo el ejemplo de Jesús, nunca excita a la violencia, sino al aguante, a la constancia sin cesiones (2,7.11.17; 3,5.12.21; 13,8-10; 14,12; 20,4).

1. Género LIterario.

El género apocalíptico en general se propone revelar realidades trascendentes usando material mítico, cifras misteriosas, visiones, voces y apariciones celestes. De ordinario se detiene en la descripción de la vida futura y se pierde en elucubraciones cosmológicas o astronómicas; suele proponer un saber esotérico revelado en los orígenes y luego perdido, escudándose para ello en el nombre de algún personaje más o menos remoto, como Henoc o Isaías.

El Apocalipsis de Juan, aun perteneciendo al género, elimina muchos de sus rasgos usuales: en primer lugar, no es un libro pseudónimo, pues el autor se nombra a sí mismo con toda sencillez, describiendo además la situación histórica en que se encuentra (1,1.4.9; 22,8). Ha tenido una visión y describe lo que ha experimentado, sin dedicarse a elucubrar. No quiere revelar un saber esotérico proveniente de la Antigüedad, propone una profecía abierta, con aplicaciones para el presente, dirigida a todos; de hecho, el libro está destinado a lectura pública (1,3.4; 22,16.18), como se deduce también del tono solemne del escrito y de los himnos y cánticos que en él aparecen.

Se distingue, sobre todo, de los apocalipsis judíos por su concepción de la historia. Aquellos volvían la vista al pasado para interpretar el presente y escrutar el futuro, como sucede en el libro canónico de Daniel (2,23) y en los apócrifos judíos; pero entre ellos y el Apocalipsis de Juan algo nuevo ha sucedido; la vida, muerte y resurrección de Jesús, que cambia la visión de la historia. La poderosa acción de Dios con Jesús Mesías da la nueva clave para su interpretación y la nueva certitud de su desenlace.

APOCALIPSIS O VISIÓN DE JUAN.

1. INTRODUCCIÓN.

El Apocalipsis es único en su género entre los libros del NT. El lector puede quedar desconcertado ante una temática y estilo tan diferente de todo lo demás. Sin embargo, el género no es nuevo; la literatura apocalíptica del judaísmo era abundante, e incluso entre los apócrifos del NT se cuentan otros escritos apocalípticos, como el Apocalipsis de Pedro, que figura en el canan de Muratori.