Sobre este presupuesto de su fe recibe Juan una revelación dirigida en primer lugar a ciertas iglesias de su tiempo (2,1). La situación en que se encuentran es crítica: ya ha empezado la persecución (2,9), hay un combate en curso entre el poder político pagano y la Iglesia cristiana. Al Imperio se le representa como una bestia feroz, la fiera que sale del mar (13,1-8), y a Roma, capital del Imperio, como a la gran prostituta que corrompe a la tierra entera (17,1-6). Si la persecución ha comenzado ya y son testigos las iglesias de Asia Menor (2,3.10; 3,8), especialmente Pérgamo (2,13), la gran ofensiva, que será "la hora de prueba que va a llegar para el mundo entero" (3,10; 7,14), no ha empezado todavía. El vidente Juan ve ya a los mártires cristianos al pie del altar celeste (6,9) y contempla la multitud de los que han atravesado el mar, como los israelitas en el Éxodo (7,9; 15,2), los mismos que participarán en el reino de los mil años (20,4.6). Ese premio y corona son los que promete Jesús a los vencedores, a los que sean fieles hasta la muerte (2,10; 3,11; 13,10, etc.); ésta no es ya objeto de terror, sino esperanza de felicidad (14,13).
El drama contemporáneo no es, sin embargo, más que un episodio en una lucha más vasta y duradera, la de Dios contra Satanás. Continuando una línea del NT, que aparece en la prueba de Jesús en el desierto (Mt 3,8-9) y especialmente en Lc 4,5-6 Juan ve en la gloria y el poder del mundo un instrumento de Satanás: "El diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: Te daré todo ese poder y esa gloria porque me lo han dado a mí y yo lo doy a quien quiero; si me rindes homenaje, todo será tuyo" (Lc 4,5-6). Tal poder está encarnado en su tiempo en el Imperio romano, la fiera, que ha encontrado un poderoso aliado y propagandista en el sacerdocio pagano, encargado del culto imperial, obligatorio desde tiempos de Domiciano. Este sacerdocio es la segunda fiera (13,11-17), que obliga a rendir homenaje a la estatua primera. Precisamente a la muerte de Domiciano, fue derribada en Éfeso su estatua monumental por la violencia popular. Dios vencerá por medio del Mesías, a quien encarga de ir actualizando su plan salvador, contenido en el libro de los siete sellos (5,7.9); él destruirá a los dos enemigos, la fiera y su propagandista, el falso profeta (19,11), hasta la derrota definitiva de Satanás y el principio del reinado de Dios, representado por la Jerusalén celeste, imagen de la nueva sociedad de los salvados (21,1-22,5).
Con esta revelación, Jesús por medio de Juan, quiere animar a las iglesias, desorientadas en medio de la incipiente persecución, Les anuncia la salvación que Dios realizará. No se trata sólo de la salvación de los ya cristianos, sino de que la humanidad acabe por reconocer su extravío; las plagas y castigos que jalonan el libro son medios que Dios usa para hacer comprender a los hombres que están siguiendo el camino de su propia ruina (9,20-21; 154; 16,9-11).
Si el NT no hace en ninguna parte el elogio del Imperio romano, se descubre en algunos de sus escritos cierta lealtad y confianza en sus instituciones (Hch 25,8; Rom 13,1-7; 1 Pe 2,13-17). El Apocalipsis rompe esa línea, previendo el choque inevitable entre la idolatría propugnada por el Estado y la fe cristiana. Ante el reino de Dios proclamado por Jesús, toda institución política había quedado relativizada y por eso el Apocalipsis proclama la resistencia contra la pretensión del Estado, que se atribuía carácter divino. De hecho Domiciano reclamaba para sí el título de "Señor y Dios nuestro".
La denuncia de Juan no se traduce, sin embargo, en una llamada a las armas. Siguiendo el ejemplo de Jesús, nunca excita a la violencia, sino al aguante, a la constancia sin cesiones (2,7.11.17; 3,5.12.21; 13,8-10; 14,12; 20,4).
No hay comentarios:
Publicar un comentario