viernes, 8 de octubre de 2010

NUEVO UNIVERSO Y NUEVA CIUDAD. Ap 21,1-8.

21 1 Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía.
2 Y Vi bajar del cielo, de junto a Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo.
3 Y oí una voz potente que decía desde el trono:

- Ésta es la morada de Dios con los hombres;
él habitará con ellos
y ellos serán su pueblo (Ez 37,27).
Dios en persona estará con ellos
y será su Dios.
4 Él enjugará las lágrimas de sus ojos,
ya no habrá más muerte ni luto
ni llanto ni dolor,
pues lo de antes ha pasado.

5 Y el que estaba sentado en el trono dijo:
- Todo lo hago nuevo.
Y añadió:
- Escribe, que estas palabras son fidedignas y verídicas.
6 Y me dijo todavía:
- Ya son un hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al sediento, yo le daré a beber de balde de la fuente de agua viva.
7 Quien salga vencedor heredará esto, porque yo seré su Dios y él será mi hijo.
8 En cambio, a los cobardes, infieles, nefandos, asesinos, lujuriosos, hechiceros e idólatras ya todos los embusteros les tocará en suerte el lago de azufre ardiendo, que es la segunda muerte.


EXPLICACIÓN.

Visión del cielo y tierra nuevos, cf. Is 65,17. Nueva creación, definitiva, que no se opone a la antigua, pero que representa un salto cualitativo respecto a ella, en función de la nueva realidad del hombre y de su relación con Dios. No desaparece el mundo en la infinitud de Dios, se transforma en mundo de Dios, una vez eliminado todo lo que, debido a la alineación del hombre, le impedía ser transfigurado por el amor de Dios. El mar, concebido como el residuo del caos primitivo, no tiene lugar en el orden nuevo; cf. Is 51,9s (1).

Nueva visión (2). Idealmente, Jerusalén debía haber sido la ciudad cuyo centro era Dios, presente en el templo, pero había sido infiel a esta vocación; no es ella la que es glorificada. Nueva Jerusalén, cf. Is 60,1-9; 65, 18s; Ez 48,35; el prototipo de la nueva sociedad, don de Dios a los hombres, en la nueva creación; ciudad santa, santificada por la presencia divina. Como una novia: van a celebrarse las bodas del Cordero (19,7-9), símbolo de la relación de fidelidad y amor entre Jesús y la humanidad nueva.

La voz de Dios o de Jesús (desde el trono) (3-4): la ciudad misma es la morada de Dios (cf. Éx 29,45; Is 12,6; Ez 37,27; Zac 8,8), no necesitará un templo (cf. 21,22; Éx 25,8); ha terminado el misterio del santuario; la presencia de Dios no inspira temor; ellos serán su pueblo, formado ahora por hombres de todas las naciones (cf. 5,9s) (3). Amor y ternura de Dios; consuelo definitivo, cf. Is 25,8; 35,10; 65,16-19. Lo de antes, el doloroso proceso de la humanidad (4).

Por primera vez en el libro se explicita que es Dios quien habla (5); pronuncia la palabra final, que cumple su designio. Juan debe comunicarlo a las comunidades (Escribe; cf. 1,11, orden de un ángel; 1,19, de Jesús; 14,13, de una voz potente; 21,5, de Dios).

La ciudad definitiva no es una imaginación, ciertamente existirá (Ya son un hecho, cf. 16,17). Dios, al principio y al fin de la historia (el Alfa y el Omega, cf. 1,8; 22,13, de Jesús). La plenitud de vida (agua viva/vivificante, cf. Is 55,1-3; Jn 4,10.14; 7,17), don de Dios (de balde), saciará toda aspiración humana (al sediento) (6). Quien salga vencedor (7), cf. 2,7.11.26; 3,5.12.21, a semejanza de la victoria de Jesús /5,5), la del amor que se opone a la injusticia y llega hasta dar la vida; como Jesús es el Hijo de Dios, todos los que venzan tras él (cf. 12,11; 15,2) serán también hijos (cf. 2 Sm. 7,14) y, por tanto, herederos (heredará). Aviso a las comunidades: los que viven en la falsedad se excluyen de la ciudad y de la vida (8).

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